Cuento de la creación del amor
Al descender de las estrellas, el Hombre se dio cuenta que no valía la pena unirse a los animales que poblaban la Tierra y emigró hacia un planeta lejano. Pero los animales que poblaban la Tierra y Le habían visto, dijeron:
-¡Guapo!
Efectivamente el Hombre era guapo, guapísimo, guapisimísimo
-Yo también quiero.
Y el animal se puso a trabajar: se depiló las axilas, las patas y las orejas, se lavó los dientes, empezó a usar zapatos, se tiñó el pelo de color rubio ceniza, se puso tacones más altos, hizo gimnasia, se hizo vegetariano, aprendió a hablar, a cantar, a reír, a bailar, a gastar bromas.
-¡Qué bien! ¡Soy un hombre!
-¡Pues no!
Una voz desconocida, lejana, pero perceptible, dijo:
-¡Pues no! El hombre es otra cosa muy distinta: ama, comprende, perdona, ayuda, lleva el consuelo y el alivio.
-¿Y eso qué es?
-¿Cómo que qué es?
-Lo de ama, comprende, perdona, y las demás cosas, ¿qué es?
-¿Cómo que qué es? ¿No sabes qué es el amor, el perdón, el consuelo, la ayuda?
-No, pero yo bailo, gasto bromas, me río, hago el amor.
-No, no, no. ¡No! ¡El amor, no el sexo!
-Pues mira, nadie nos lo había dicho.
-¿Que nadie os lo había dicho? Le habéis mirado a los ojos, habéis observado Sus manos, habéis oído Su voz?
-Sí, me parece que sí.
-Sus ojos son solo Amor, Su voz es solo Amor, Sus manos son solo Amor. Él es solo Amor.
-A decir verdad, yo este amor no le he visto. He visto que era guapo, quizás fuera incluso bueno, ¡pero en tan poco tiempo no se puede verlo todo!
-¿Poco tiempo treinta y tres años?
-Pues sí.
-Hombre, escúchame bien, Yo te lo vuelvo a enviar, pero dentro de poco, tú mientras tanto intenta descubrir qué es el Amor.
Y se fue.
Y desde entonces, desde hace 300.000 millones de billones de años, el hombre tropieza, se cae, aferra con los dientes, muerde, roe, mata, roba, viola, maldice y oscurece el cielo con las nubes, buscando ese Amor que nunca ha sabido ver.
El hombre no ha simplemente reconocido su origen. Al haber caído, ha precipitado aquí en la Tierra y, olvidando su origen, ha ido a ciegas en la oscuridad. Al cavar la tierra con sus manos, no ha visto a su lado al Espíritu y, ciego y sordo, se afana en cavar surcos aquí en la Tierra, cuando los surcos están dentro de él para hacer brotar la semilla divina. Al hundirse cada vez más en la tierra, ha perdido la percepción (el olfato) divina. Y así durante años y años, hasta el final.
Como esclavo de él mismo, atado a sus propias cadenas, se ha arrastrado durante años (milenios) aquí en la Tierra, ciego, encorvado bajo un peso inexistente que él creía condena divina y era su fruto (fruto de su mente).