Era un día muy caluroso y sereno, las abejas zumbaban alrededor de las flores y en la colmena la abeja reina, como todas las reinas de la Tierra, mandaba a diestras y a siniestras y solo quería que la sirvieran.
En las cocinas los zánganos preparaban platos nuevos y sabrosos, pero la abeja reina nunca estaba contenta. Los zánganos, sin aliento y sin fuerzas, le daban realmente los mejor que podían, tanto como zánganos que como cocineros. Pero, no había nada que hacer, la abeja reina hacía remilgos y decía que no a todo.
Pasaba por allí el Mago Merlín junior y se detuvo mirando: las abejas volaban en busca del polen, lo depositaban en las pequeñas celdas y así alimentaban las larvas que crecían tranquilas en la oscuridad y en el silencio de su cuna exagonal de cera.
lLa abeja reina, gorda, blanca y tumbada, cataba con la punta de su patita cada uno de los platos exquisitos y luego, si no le gustaba lo que había probado, lo chorreaba con violencia en la cara de zángano-cocinero.
Los zánganos-cocineros, entre ir y venir y cocinar y lavarse y cambiarse el delantal, no podían más y encima, por la noche, tenía otro trabajo, ya no como zánganos-cocineros, sino como zánganos-machos, que es aún peor. Y tampoco con eso estaba contenta.
Entonces el Mago Merlín junior, sin que le vieran, formuló las palabras mágicas:
"Al agua, al aguita
la abeja gordita
vuelva a la vida sin su cerita (habría que decir cera, pero no habría rima)
y sea una avispa aburrida y sin miel
ella que ha escupido toda su hiel."
Y la abeja reina de gorda que era se hizo delgada, y una vez que estuvo delgada, su cintura se hizo de avispay voló de flor en flor sin recoger el polen.
Hace sus celdas que son sí exagonales, pero son pequeñas, grises y sin vida.
Así va la historia. Quien mucho abarca poco aprieta, y a ella ya no la aprieta nadie aunque tenga una cintura de avispa.