Cuento de la creación de la hierba
Un día el Señor se asomó a la ventana de su palacio, y vio que faltaba la hierba. En realidad, la hierba aún no había sido inventada, pero Él intuía que faltaba la hierba. ¿Qué hizo? Bajó al sótano y cogió unos alambres de espinos, puntiagudos, llenos de púas, y se los enrolló alrededor de la mano. Tomó un cuchillo de sílice, que corta mejor que uno de hierro, y los cortó en mil trocitos, como si fueran de plata, y se puso a cantar.
Cuando canta el Señor se calla hasta el sonido. Se oía sólo Su voz, y era tan clara y cristalina, que todas las criaturas creadas se quedaron escuchándole.
Eran pocas todavía: unas judías pintas; algún que otro arbusto de jengibre; algunas hojas de una higuera; un rododendro; un manojo de espárragos; un girasol; tres granos de uva; una colmena llena de abejas con su miel; una botella de champán para las grandes ocasiones; un gato soriano, de Soria, en España; una cesta de mimbre con dentro dos huevos; una bicicleta sin manillar; dos huevos de avestruz; una sombrilla hecha con papel de seda; tres boletus (setas del bosque); un abanico de madera fabricado en Sevilla; un reloj de pared con las cadenas colgando, y una figurita de alabastro que se quedó allí, desde cuando la Atlántida desapareció entre las olas y las marejadas, y allí se sentó el Señor cantando, y cada cosa, desde los huevos hasta la cesta de mimbre, hasta el reloj, hasta los tres granos de uva, hasta las abejas en la colmena, todo, digo todo, estaba lleno de su canto sublime, único.
Y allí nació la hierba, entre arbustos de rododendro y flor de espino. Nació, porque, hasta el hierro se transforma cuando está presente el Señor, y el hierro pensó:
- Soy duro y lleno de púas, ¿podré cambiar?
- Sí.
Y aquel “sí”, que retumbaba dentro de él junto con la música alada, le hizo cambiar. Sentado a los pies de nuestro Señor, se transformó, se ablandó, se hizo de color verde, se hizo más corto, y vivió durante siglos y siglos y siglos. Para siempre, porque la hierba crece siempre y en todas partes.
La hierba es la alfombra de los prados, y los prados son la alfombra de Dios cuando baja aquí a la Tierra, y la pisa suavemente sin casi pisarla. Él vuela por encima de ella con paso ligero, y la hierba está ahí, y se dobla en cuanto Él la roza un poquito, y se dobla, por el deseo tan grande que tiene de hacer algo por Él, que le transformó de hilo de alambre, duro y lleno de púas, en hierba suave, verde y eterna.
Ahora te tienes que acostar. Es tarde, y mañana te espera el trabajo. Mañana te ocuparás de todo, pero ahora descansa, es la hora del sueño. Hasta mañana.