Cuento de la creación del mal
Un día el Señor se despertó que le dolían las muelas.
- Pero, ¡el Señor no tiene muelas!
- Sí, es verdad, pero Él sabe qué es el dolor en cada una de sus fibras, y también sabe qué es el dolor de muelas.
- ¡Ah!
Con que un día el Señor se despertó que le dolían las muelas y dijo:
- ¡Qué dolor, qué dolor! ¿Qué puedo hacer?
Allí cerca corría un riachuelo, fue a enjaguarse la boca, se vio reflejado en el agua y dijo:
- Si se me hincha la carne es un buen lío, ¡nadie Me reconocerá!
Pensó y pensó, cuestión de un segundo, y dijo:
- ¡Ya está! Me enjaguo la boca con el agua del río y no Me miro, así, si no Me veo con la cara hinchada, nadie Me verá con la cara hinchada.
Porque Él sabía muy bien, que muchas veces nos sugestionamos, y proyectamos nuestros pensamientos sobre los demás, y los demás ven exactamente lo que nosotros hemos proyectado con nuestros pensamientos, y se lo creen. Es decir, creemos en la ilusión que el otro ha creado, como si fuese un ilusionista, o un hipnotizador, o un malabarista, o un prestidigitador.
Es decir, creemos lo que no es, y luego, para hacernos cambiar de idea, no basta con toda la enciclopedia Larousse, y así vamos al psiquiatra y le decimos que: “Mi padre no me amaba y proyectaba sobre mí todas sus frustraciones; mi madre tenía el complejo de Jocasta, y mi hermano era un clásico ejemplo del complejo de Edipo. Y además, mi abuela estaba en clara fase involutiva, y mi tío no había superado la fase anal, así que yo estoy aquí, lleno de complejos y de miedos, para que usted, previo pago, haga que me olvide de los problemas de mi tío, del estado demencial de la abuela, del complejo de Edipo y de Jocasta del resto de la familia, y de las ganancias intrusas de mi padre, que siempre había deseado ser ingeniero como el abuelo, pero no lo había conseguido.”
Así que el Señor, que sabía y sabe absolutamente todo, dijo:
- Si el dolor de muelas hace que se me hinche la cara y el hombre se lo cree, estamos perdidos. Habrá bajas laborales, alumnos que no van al cole y madres asustadas. El único feliz, será el farmacéutico de turno.
Y pensó:
- ¿Lo creo o no lo creo, este dichoso dolor de muelas?
Y lo creó como reflejo inducido, es decir, se quedó mirando, a ver qué pasaba a quien le dolían las muelas. Hay quien la muela se la arranca, quien se pone un paño caliente. Hay quien se toma la fotografía para enseñársela a la posteridad, y hay quien no cree en el dolor de muelas y dice: “El dolor de muelas es una utopía”, y el dolor se le quita, y de este modo, el único que queda defraudado es el farmacéutico de turno.
Y así fue cómo se creó el dolor, no sólo el de muelas, sino el mal en general, como una idea vaga de algo que puede o no puede ser. Hay quien cree en él y lo difunde y lo exalta y lo vivifica y lo cuenta, y hay quien dice: “¿El mal? A mí me repampinfla.”
- Y tú, ¿quién eres, de los que creen, o de los que no creen en el mal? No hablo del dolor de muelas, sino así, del mal en general.
- Te lo diré mañana. Ahora voy a acostarme. Me temo que me estén doliendo las muelas. Hasta mañana.